![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjT_rQSpiLHBqbS2Kehod0048nK5EKzZ4V7e0vHqGnw91eN3VHLGeH_b9CLkSSy_9-knAsTU_rygNCrRAjHVpfzPc-EacceqXvXM3tg98SQrpMLBi0szpZner5z-iy2Yc83yu9vMBfoAtA/s400/435px-Pinocchio.jpg)
Pinocho cumple 125 años.
Y no sólo forjó una iconografía de la mentira reconocible en todo el mundo: el alargamiento de nariz (efecto secundario que, en cierto modo, ahora ha sido refrendado por la psicología: si mientes, sueles frotarte inconscientemente el puente de la nariz). También rompió un esquema muy rígido en los cuentos infantiles: presentaba a un niño mentiroso y travieso, quizá una proyección del propio Collodi, su autor.
De pequeña tuve mi primer punto de no retorno cuando descubrí que si no decía lo que pensaba, nadie se enteraba; seguí con mis reflexiones infantiles y vi que si mentía, tampoco nadie podía saber que lo estaba haciendo.
Pensé que era bueno eso de no ser transparente a los demás, pero al poco me entró el pánico al notar que tampoco yo podría advertir nunca que los demás me mentían a mi. Creo que ese pánico nunca me ha abandonado.